La revolución que lo cambia todo.
- construyamos
- 20 nov 2014
- 4 Min. de lectura
Por David Miranda. Colectivo Construyamos.
Levantarse cada día, para un mexicano significa convertirse en una sombra, siempre y cuando, se tenga la fortuna de levantarse. Encaminarse fuera de casa es el riesgo más grande que se puede vivir en este país, ya que en el mejor de los casos uno puede ser extorsionado, ser robado sin violencia, ser robado con violencia, ser levantado, ser secuestrado, ser violado en cualquiera de sus vertientes, ser torturado o simplemente perder la vida. Sin embargo, para el mexicano promedio, ha dejado de ser algo raro, para convertirse en lo cotidiano, en lo normal. Tomar la billetera o el bolso y llevar lo necesario para ir y venir, ni más ni menos; seleccionar qué usar y vestirse medianamente formal sin buscar llamar la atención; usar quizá un reloj de gama media (si es que el presupuesto se lo permite) y ocultarlo debajo del saco, suéter o chamarra, viajar en un auto sencillo o en un medio de transporte rezando al santo de su devoción o aspirar a que la rueda de la fortuna nos sonría con un poco de suerte y esperar que no se suba un mal encarado, llegar a su destino siguiendo siempre las máximas de oro: ser rápido, caminar preferente en lugares con mucha gente y muy bien iluminados, esquivar a vagos o personas que parezcan mal intencionadas, evitar el contacto con el otro y regresar antes de que oscurezca. Vivir en México, sean las Lomas de Chapultepec en la calle de Sierra Gorda, la Guerrero, el Estado de México, Acapulco o cualquier otra latitud del país es sinónimo de mal pensar. Ya seas diputado, presidente municipal o un simple ciudadano clase mediero, eres potencial víctima de algún agravio a tu persona. Este ir y venir es tan normal, que se ha vuelto insalubre. Esta normalidad es tan hedionda que nos ha quemado las narices y lo peor del caso, es que casi a nadie le importa. No es que queramos una revolución que le corte la cabeza a todos los políticos, delincuentes, mal hechores, corruptos, etc., etc., etc., aunque en el fondo no nos disgustaría, pero estamos hartos. Esta cotidianeidad en la que nos hemos sumergido es producto de saber que nada cambiará, que lo mejor es seguir con la vida y esperar que nada nos suceda. Preferimos el ensueño a enfrentarnos a la realidad y si lo analizamos con mucha objetividad llegaremos a descubrir el hilo negro. México, tristemente, es el país de las revoluciones que todo lo cambian para que todo quede igual. La independencia, por ejemplo, nos enseñó a quitarnos unos grilletes que tenían una cadena muy larga y atravesaban el mar, para ponernos otros con una cadena más corta. La guerra de reforma, nos enseñó que no hay que confiar en gente con sotana y botas bien lustradas que llevan siempre biblias en las manos, más bien, hay que hacerlo con aquellos que llevan saco y cuello blanco y una constitución en mano aunque hicieran exactamente lo mismo que la gente de sotanas y botas. La revolución contra el bigotón Díaz, nos enseñó que hay que voltear a los viejos lemas para derrocar a aquél que los usó. Posteriormente, también nos enseñó que la clave está en institucionalizar la transmisión del poder y sobre todo, aunque le cueste a uno, hay que cambiarlo de manos y hasta, cambiarlo de partido. Aunque no se catalogue como revolución, este último aspecto que nos legó la revolución, la transición de un partido a otro en el poder, nos enseñó que en el fondo, el político mexicano es de la misma escuela, solo que uno se baña en regadera y otro en tina (uno salpica más dinero y uno no tanto). El mexicano y su memoria histórica siempre lo remiten a esta patología y le quitan todas las fuerzas. Sin embargo, los jóvenes salen a las calles a gritar que somos capaces de desgarrar ese velo que ya se lleva incrustado en el alma. Esa lucha que lentamente se gesta en la conciencia colectiva juvenil, está rompiendo lentamente sus ataduras y al empoderarse con el escrutinio internacional, las redes sociales y la educación, se fortalece. No por nada se dice que los jóvenes cambian el mundo, al parecer, para algunos todo está quedando en unos cuantos tecladazos, pero no ven que a cada paso que da el joven, menos resquicios le quedan al poder. Quizá se repita este paulatino engaño que se gastan las esferas que detentan el poder, pero deben estar bien precavidas, porque el hartazgo ya no se está quedando en las calles con los jóvenes que marchan y gritan en transportes públicos, este hartazgo está quedando dentro de casa y está contagiando a todos, la enfermedad por fin está prendiendo en el pueblo y para éste no es más que salud metal. Los gobiernos y lo partidos, sean del color que sean, deben ver el serio peligro que corren sus privilegios, a cada minuto la indignación prende mechas y auguran explotarle en la cara a todos esos farsantes que se hacen llamar mexicanos y que solo viven del dinero que generan todos, menos ellos. Sin quererlo nos encontramos en una época que sin lugar a dudas cambiará el destino del país, sólo hay que esperar el momento adecuado para salir a las calles y gritar nuestro hartazgo, por lo pronto, el tradicional desfile se cancela y sin quererlo le dan todo el espacio a los jóvenes para expresarse una vez más. ¿Acaso presenciaremos la primer revolución que lo cambie todo para que no permanezca igual y que en verdad mejore nuestra condición?
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