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Moralismo y despolitización.

  • construyamos
  • 2 dic 2014
  • 4 Min. de lectura

PorAlejandro Medina colectivo construyamos.

En México somos tan moralistas que tenemos doble y hasta triple moral. Por eso los argumentos para desacreditar cualquier tipo de movimiento social no provienen de una discusión política sino moral: “Mejor pónganse a trabajar” “¿Cómo exigen respeto si ellos no respetan?” “La violencia no se puede combatir con violencia” “Ellos se lo buscaron”. La moral como código normativo de conducta relega a quienes no la cumplen a un espacio de otredad. Quienes no cumplen con el código son fácilmente sustraídos de sus cualidades humanas, lo que justifica un despojo de los derechos sociales. En este sentido la moral excluye, margina y aísla a sus detractores, los aparta de las “buenas personas” y del “buen ciudadano”, evitando la participación de quienes no lo sean en la esfera pública. La moral despolitiza a sus detractores al mismo tiempo que impide una movilización política. La moral favorece al poder en tanto que mantiene el statu quo.

El día de hoy se muestran dos situaciones actuales que responden a esta lógica. La primera de ella es la criminalización de la protesta, que es propiciada por la satanización de la figura del “anarquista” y del “infiltrado” infundada por una moral pacifista. Hablo de una moral y no de un movimiento pacifista puesto que se erige como una encomienda inamovible que rechaza toda acción que no se ate a sus principios. Esta moral en lugar de unir y encausar las acciones hacia una demanda o finalidad política, separa y excluye a algunos de sus filas y sectoriza a la población. Aquí no importa la finalidad sino que el medio (la resolución pacifista) se extiende como fin mismo. Así el rechazo político a la violencia estructural que es propiciada por los aparatos del Estado, la cual ha generado miles de desapariciones forzadas y muertes, queda relegada a un espacio moral donde esta parece encontrar justificación de continuar existiendo. Ante las detenciones arbitrarias y el abuso de autoridad por parte de los elementos judiciales, sean estatales o federales, la población en lugar de arremeter contra ello busca “no dar motivos para justificar la violencia” (de los elementos policiacos) ¿Acaso esa violencia es justificable? ¿Acaso los derechos constitucionales y humanos se pueden suspender de acuerdo a la situación moral del agraviado? Lo mismo ocurre con el caso de la detención “irregular” y tortura de Sandino Bucio, la cual parece quedar justificada ante su participación dentro de un movimiento de protesta. Incluso algunos exigen su detención por haber sido participe de una forma de acción que no se aliena a la encomienda pacifista ¿Acaso no estos “pacifistas” resultan ser verdaderamente violentos al exigir algo así? El Estado hace uso de estas encomiendas para que sea el pueblo mismo el que exige la intervención de la fuerza, si el Estado actúa legitimado por una parte de la población justifica su violencia.

También el día de hoy se celebra el día internacional de la lucha contra el SIDA. Se ha sabido que la moral que recae sobre la sexualidad ha sido desde sus inicios una forma de justificar a la enfermedad misma. A tal grado que las respuestas estatales en sus comienzos fueron nulas debido a que la población afectada era un grupo de personas que no encajaban con la moral de la familia feliz: Homosexuales, prostitutas y heroinómanos. Si existen, hoy en día, tanto el acceso fácil a condones, un tratamiento eficaz, así como acceso gratuito al mismo, ha sido gracias a las exigencias políticas por parte de muchos grupos que, a nivel nacional e internacional, exigen el elemental derecho a la vida. Sin embargo esa moral, que intenta excluir a algunos de ese derecho, no sólo ha continuado sino que se ha institucionalizado. Una política que prioriza la prevención conductual, es decir el uso del condón, como forma de combatir el SIDA, no sólo ha sido ineficaz en el contexto mexicano sino que desplaza, una vez más, un asunto político hacia uno moral. En el que cada quien debe hacerse merecedor de la vida de acuerdo a su “calidad de persona”. El que contrae el virus aparece como una persona irresponsable. Es así que el estigma y la discriminación, una vez adquirido el virus, se supone, deben resolverse de manera individual y terapéutica sin que se incluya a la comunidad en su conjunto. Lo cierto es que aunque las instituciones médicas han cambiado o combinado la prioridad de una prevención conductual o mecánica (el uso del condón) con una diagnóstica y química (La que consiste en diagnosticar el mayor número posible de personas para que al ingerir medicamento antiretroviral reduzca su capacidad de infectar a otros), la moral sexual y la moral médica nunca se han puesto en cuestión, lo que impide a su vez que el estigma y la discriminación desaparezcan. Incluso pareciera buscarse la permanencia de estos, ya que ocultan otras problemáticas detrás de las siglas de VIH-SIDA, como: la ineficiencia estatal en el tema de la salud pública, el gran negocio que beneficia a las grandes farmacéuticas, la violencia de género, de clase y hacia minorías sexuales, las despolitización de la identidad gay a su cooptación a las filas del capitalismo, etc.

En resumen esta moral se utiliza para la desacreditación de cualquier tipo de movimiento social y despolitizar las demandas, pero incluso algunos lo toman como encomienda contra el poder, lo cual, desde mi perspectiva, es como un perro que se muerde su propia cola.


 
 
 

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